Lunes, 1 de diciembre
Al entrar Jesús en Cafarnaún, un centurión se le acercó rogándole: «Señor, tengo en casa un criado que está en cama paralítico y sufre mucho» Jesús le contestó: «Voy yo a curarlo». Pero el centurión le replicó: «Señor, no soy quien para que entres bajo mi techo. Basta que lo digas de palabra, y mí criado quedará sano…” (Mt 8, 5-11).
El centurión cree que una sola palabra de Jesús basta para sanar. Reconoce su indignidad y se abandona a la gracia. Jesús alaba esta fe y muestra que el Reino de Dios es universal, abierto a todos los que tienen el corazón disponible.
El Adviento nos invita a vivir en actitud de fe viva, confiada y sencilla, que acoge al Señor sin exigir pruebas y abre el corazón a su venida para toda la humanidad.
Tu Palabra, Señor, es mi fuerza y mi paz. Jesús, creo en Ti: ven y habita en mi corazón.
Martes, 2 de diciembre
Lleno de la alegría del Espíritu Santo, exclamó Jesús: «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las has revelado a la gente sencilla… Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo, sino el Padre; ni quién es el Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiere revelar…” (Lc 10, 21-24).
Jesús se alegra en el Espíritu y bendice al Padre porque revela sus misterios a los pequeños y sencillos. Solo desde la humildad se puede acoger el Reino, reconocer al Dios que viene en lo oculto y lo humilde.
El Adviento nos invita a vivir agradecidos, sencillos y atentos, para reconocer la venida del Señor en lo pequeño y lo cotidiano.
Espíritu Santo, llena nuestra vida de tu alegría silenciosa.
Miércoles, 3 de diciembre.
SAN FRANCISCO JAVIER
“Tomó los siete panes y los peces, pronunció la acción de gracias, los partió y los fue dando a los discípulos, y los discípulos a la gente. Comieron todos hasta saciarse y recogieron las sobras: siete canastos llenos” (Mt 15, 36-37).
Jesús manifiesta su compasión curando y dando de comer, multiplicando lo poco que los discípulos ponen en sus manos. Cuando compartimos con amor, lo pequeño se convierte en vida para muchos.
En Adviento, estamos llamados a confiar en la providencia de Dios y vivir la generosidad. San Francisco Javier llevó el Evangelio a tierras lejanas, recordándonos que solo el amor de Cristo sacia el hambre y la sed del mundo.
Nuestra pequeñez, en tus manos, se transforma en esperanza y consuelo para muchos. |
Jueves, 4 de diciembre
Dijo Jesús a sus discípulos: «No todo el que me dice «Señor, Señor» entrará en el reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre que está en el cielo. El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca… » (Mt 7, 21. 24-27).
Edificar sobre la roca significa escuchar y poner en práctica su Palabra: orar con constancia, perdonar, cuidar vínculos, trabajar con honestidad y servir al que sufre. Las tormentas llegarán, pero la casa permanece si está cimentada en el Evangelio.
El Adviento es tiempo de gracia para afianzar nuestra fe en Jesús y revisar qué decisiones y prioridades sostienen nuestra vida cristiana.
Tu Palabra nos da esperanza. Ven, Señor Jesús.
Viernes, 5 de diciembre
Dos ciegos seguían a Jesús, gritando: «Ten compasión de nosotros, hijo de David» Al llegar a la casa se le acercaron los ciegos, y Jesús les dijo: «¿Creéis que puedo hacerlo?» Contestaron: «Sí, Señor» Entonces les tocó los ojos, diciendo: «Que os suceda conforme a vuestra fe» Y se les abrieron los ojos…” (Mt 9,27-31).
Vivir la fe es confiar, clamar, perseverar y dejarnos tocar por el Señor en la oración, los sacramentos y en los hermanos. El que ha sido iluminado no puede callar: testifica con obras lo que Dios ha hecho y difunde su luz donde vive.
El Adviento nos invita a abrir los ojos a su venida y proclamar con alegría que su luz vence toda tiniebla.
Hazme testigo de tu luz en medio del mundo.
Sábado, 6 de diciembre
“Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, proclamando el evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda dolencia. Al ver a las muchedumbres, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, «como ovejas que no tienen pastor» (Mt 9, 36-37).
Jesús se acerca a las multitudes con compasión: ve su cansancio, dispersión y dolor, y responde con ternura y misericordia. De su compasión nace la misión, que se vive con gratuidad, confianza y entrega, y que es la forma concreta de preparar su venida.
En este Adviento, el Señor nos llama a ser trabajadores de su mies: a llevar consuelo, esperanza, curación y alegría a los cansados y abatidos.
Señor Jesús, haznos trabajadores fieles de tu mies, servidores de tu amor y testigos de tu Reino de paz. |