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MONTFORT Y EL AMOR DE LA SABIDURÍA ETERNA

Héctor Jacinto Pesantez, smm

Una vida inmersa en la divinidad de la Sabiduría

San Luis María nació en Francia, Montfort- Sur-Meu, el 31 de enero de 1673. Su padre es Bautista Grignion y su madre, Juana Robert. Siendo niño lo dieron al cuidado de la nodriza, “Madre Andrea”, buena campesina que vivía en el fundo “Bachelleraie” de la misma familia Grignion. Así, en el campo cultivó el amor a las cosas sencillas y en la soledad encontró al Señor (Papaglosi, Un hombre para la iglesia de hoy). A los once años viajó a estudiar en Rennes con los jesuitas, quienes le inculcaban la devoción de María y por ese amor extraordinario hacia ella, en el Sacramento de la Confirmación, agregó el nombre María. En 1692 llegó la comerciante Montigny, quien por agradecimiento a su estadía en casa de los Grignion, se comprometió en pagarle los estudios en el Seminario de San Sulpicio, París. A pocos meses Luis viajó a París y por su agotamiento físico Montigny lo desconoce, y al darse cuenta de eso, buscó un lugar en el Seminario para los pobres, del señor de la Barmondière.

Cumplió su sueño estudiar en San Sulpicio, después de hacerlo en la Universidad de la Sorbona y cuando se destruyó el seminario pobre con la muerte del señor Barmondière. Pagará una parte de sus estudios con el trabajo de velar muertos, y será ordenado sacerdote en 1700.

El contexto de su formación fue a finales del periodo Barroco y en medio de las empresas bélicas ordenadas por el Rey Sol, Luis XIV, que estaban culminando en 1693, según Papaglosi, y su ministerio sacerdotal lo hizo a comienzos del “Siglo de las luces”. Por la pobreza que veía en las calles y en los hospitales y además porque las ciencias naturales olvidaban a Dios, meditó la vida de Jesús desde una lectura sapiencial, producto de eso es la obra cristológica “El amor a la Sabiduría Eterna”.

A Jesucristo encarnado lo experimentó en el momento más oscuro y profundo junto a los pobres del hospital Poitiers. Se apasionó vivir con los pobres, fue así que hizo su primer intento de reforma religiosa en 1702 con apenas 28 años, cuando se propuso “construir en congregación religiosa a las administradoras del hospital”. Las jóvenes rechazaron la propuesta, así que en el mismo año se dirigió a más de cuatrocientas desfavorecidas, que en vez de ayudar necesitaban ayuda ellas mismas, escoge algunas de ellas: “reúne a personas débiles, cojas, ciegas, para hacer entrar en la sala del banquete”. Las reunió en el mismo hospital en un pequeño salón que le puso de nombre Sabiduría e instaló en el centro una cruz con inscripciones del misterio de Cristo. La superiora que guiaba a las congregadas era ciega. Su motivación fue los pobres y desfavorecidos de la sociedad, anclada a Jesucristo Sabiduría. Vivirá pocos meses

este segundo intento hasta la aparición de María Luisa de Trichet, joven Burguesa, a quien pondrá al frente de la futura congregación femenina  y con quien hará realidad sus sueños…

(…)Juan Batista Blain, canónigo y doctor de la Sorbona, cuenta que Montfort entró en crisis después de servir como capellán en los hospitales de Poitiers, Francia central, y de Salpêtrière, porque a pesar que ayudaba a los pobres, la jerarquía de la Iglesia, aunque lo reconociera -como hombre de caridad y santo-, ponía en duda lo que enseñaba. Esta Crisis lo llevó en 1703 a retirarse del hospital de Salpêtrière para discernir su vida bajo la escalera “Pot-de-fer” cerca del noviciado de los jesuitas, donde escribirá el ASE (“Amor de la Sabiduría Eterna”). Acumuladas otras duras tribulaciones  lo llevó a viajar a Roma en 1707 para consultar al Papa, Clemente XI, sobre su doctrina. Éste le dio su reconocimiento y lo nombró “misionero apostólico”.

Resumiendo su vida, podemos decir que su situación familiar y de su país, le enseñaron a ser sensible por las cosas de Dios; el estudio en San Sulpicio lo impregnó de la espiritualidad de Bérulle, pero sobrepasó el quietismo propuesto de dicha espiritualidad.

Tendrá en cuenta muchas espiritualidades: la visión profética y vida de servicio de san Francisco de Paula, san Vicente Ferrer y santa Catalina de Siena y la devoción del Santo Rosario con la familia dominica; la obediencia a las misiones de san Francisco Javier; las misiones en lugares pobres de Vicente de Paul; la gratuidad de las misas y obediencia como la Compañía de Jesús (toda esta confluencia de espiritualidad la manifiesta en la Súplica Ardiente y en la Regla Manuscrita); a esto, se suma la espiritualidad carmelitana llevada por Bérulle, pero sobre todo la entrega a la Providencia como los Discípulos de los Hechos de los Apóstoles.

Intrincadamente hablando  fue una persona inquieta que desbordó su celo espiritual y pastoral, a través de una rica lectura sapiencial del Antiguo y Nuevo Testamento, lectura del Magisterio y de la teología de santo Tomás, y de muchos otros como acabamos de señalar, que se reflejan en el servicio a la Iglesia, entregando su amor por los pobres: al estilo de Asís. Es de decir es amante de los pobres y orante: místico. Pues es místico porque persiguió sus inquietudes para favorecer a la Iglesia y a la sociedad. Con acento particular, por sus muy variadas vertientes, abrazó la Encarnación del Hijo de Dios, a quien llamó “Sabiduría Encarnada”, pero en su unidad de Sabiduría Eterna: antes de la encarnación, durante y después de ella. Por tanto, la tesis de místico recoge su entrega en el asemejarse al Encarnado en toda su vida, en las crisis y en las alegrías.