La doctrina de san Luis María Grignion de Montfort
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Algunos aspectos sobresalientes

P. Alphonse Bossard, monfortiano

IV – María y el Espíritu Santo
en san Luis María Grignion de Montfort

     Montfort da una enseñanza clásica sobre el Espíritu Santo. Le menciona la mayoría de las veces junto al Padre y al Hijo, según el orden de las procesiones en la Trinidad inmanente,33 y, con más frecuencia como comprometido con ellos en la realización de la salvación. Y, desde este último punto de vista Montfort aporta una significativa y original luz: “Montfort ha escrito de las relaciones entre el Espíritu Santo y María páginas que nunca han sido igualadas” (Cardenal Leo Suenens, ¿Un nuevo Pentecostés?, Desclée de Brouwer, 1974, p.241).

Esta autorizada opinión nos indica el valor y la profundidad de la enseñanza de Montfort sobre María y el Espíritu Santo. Él ve su relación a la luz del misterio de la Encarnación tal como él lo comprende, es decir, como extendiendo sus consecuencias hasta nuestra regeneración sobrenatural, en la que María tiene su parte. Y, según los principios que él ha planteado, el Espíritu sigue asociándose a María para conducir hasta su último término la inmensa gestación, que comienza en la Anunciación, de la humanidad renovada en Cristo.

En este contexto hay que comprender la expresión privilegiada, y casi exclusiva, utilizada por Montfort para situar a María con relación a la tercera Persona de la Trinidad: “Esposa del Espíritu Santo”.34 En efecto, tan pronto como Montfort da una explicación de este título, se orienta siempre hacia la maternidad espiritual, aun cuando el punto de partida es la asociación de María con el Espíritu para la Encarnación del Verbo (cf. VD 20-21). La mayoría de las veces habla sencillamente de la acción conjugada del Espíritu y de María en nosotros, por lo tanto, de la maternidad espiritual (cf. VD 25, 34, 36, 164, 213, 217, 269). Lo mismo acontece cuando el término Esposo se atribuye tres veces al Espíritu Santo en su relación con María (cf. VD 36, 152).

Los calificativos empleados por Montfort son significativos. María es:

  1. la Esposa “fiel” del Espíritu Santo (SM, 15, 68; VD 4, 5, 25, 34, 36, 164, 269; SA 15; Coronilla 13, OC 637; 1º Método para rezar el Rosario, decimotercera decena, OC 486; 3º Método para decir el Rosario, Oración final, OC Fr. 406 o sea en 13 pasajes);
  2. la Esposa “querida” del Espíritu Santo: VD 20, 213, 217, SA 25, CT 90,5, o sea en 5 pasajes;
  3. la Esposa “indisoluble”: VD 20, 36 [2 veces], o sea en 4 pasajes;
  4. la Esposa “fecunda”: VD 34, 164, o sea en 2 pasajes, con otros donde el contexto incluye esta nota: VD 29, 24, 35, 36; SA 15;
  5. la Esposa “pura”: VD 34, e “inmaculada”: SA 25;
  6. la Esposa “divina” del Espíritu Santo: SM 67; SA 15.      

Este último calificativo, “divina”, sencillamente remite a la grandeza de María, pero los demás ponen de relieve, de diferentes maneras, ciertos aspectos característicos del carácter esponsal de la unión de María con el Espíritu Santo: el término “querida” evoca el afecto privilegiado del Espíritu Santo para una Esposa que se complace en colmar de todos sus dones, y de una manera única; “indisoluble” dice el carácter inquebrantable de la unión entre ellos; María es Esposa “fiel” que responde con una lealtad sin falta al amor del que es objeto y a todo lo que exige de ella; las palabras “pura” e “inmaculada” recuerdan el carácter virginal y totalmente espiritual de la unión; en cuanto a la idea de “fecundidad”, remite a la maternidad espiritual y universal de María.

El Espíritu Santo no trata a la Virgen como a un instrumento inerte: le concede cooperar con todo lo que ella misma ha recibido. “Dios Espíritu Santo quiere formarse elegidos en Ella y por Ella, y le dice: In electis meis mitte radices. En el pueblo glorioso echa raíces. Echa, querida Esposa mía, las raíces de todas tus virtudes en mis elegidos, para que crezcan de virtud en virtud y de gracia en gracia. Me complací tanto en ti, mientras vivías en la tierra practicando las más sublimes virtudes, que aún ahora deseo hallarte en la tierra sin que dejes de estar en el cielo. Reprodúcete para ello en mis elegidos. Tenga yo el placer de ver en ellos las raíces de tu fe invencible, de tu humildad profunda, de tu mortificación universal, de tu oración sublime, de tu caridad ardiente, de tu esperanza firme y de todas tus virtudes. Tú eres, como siempre, mi Esposa fiel, pura y fecunda. Tu fe me procure fieles; tu pureza me dé vírgenes; tu fecundidad, elegidos y templos” (VD 34). 

Sin embargo, algunos son muy reticentes para utilizar la expresión “Esposa del Espíritu Santo”, mientras que otros pura y simplemente la rechazan. ¿Cuáles son sus objeciones?, y ¿es posible responderlas?

a) Hablar de María como Esposa ¿no es permitir pensar que el Espíritu Santo podría ser el “Padre” de Jesús? Montfort, en todo caso, excluye formalmente esta idea: “No tiene otro padre / Que el Padre eterno, / Y María es su madre / En cuanto hombre mortal. / El Espíritu Santo le ha creado sin mancha alguna” (CT 109, 6). “¡Qué gran misterio! / La sola sombra del Espíritu Santo / En ella forma a Jesucristo, / La hizo su madre, / Sin llegar a ser el padre” (CT 155, 5). Por otra parte, el contexto totalmente espiritual de la asociación Espíritu Santo/María excluye toda referencia a una acción que podría hacer del Espíritu el sustituto de un padre humano en la concepción de Jesús. Por fin, la orientación constante de la expresión en Montfort hacia la maternidad espiritual de María para con nosotros no deja lugar a esta interpretación.

b) Hacer de María, “la Esposa del Espíritu Santo” para la maternidad espiritual, ¿no es hacerle ocupar el lugar del Espíritu Santo? Si, por el contrario, se comprende bien lo que nos dice Montfort, descubrimos que se pone de relieve, con mucha fuerza, el lugar y la acción del Espíritu Santo en la vida espiritual.

c) La expresión no es bíblica. Es verdad, no lo es directamente. Pero tampoco encontramos los términos santuario o templo atribuidos explícitamente a María en la Biblia. Sin embargo, es verdad que, en relación con esas dos expresiones, hay apoyos y un contexto, especialmente en los evangelios de la infancia, que invitan a atribuir estas expresiones a la Virgen. No es el caso, se dice, para “Esposa del Espíritu Santo”. Sin embargo, para Montfort, este término expresa la plena realidad, en el orden espiritual, de su maternidad para con nosotros, en plena consonancia con lo que la Revelación, la sana Tradición y la enseñanza del Magisterio, nos invitan a reconocer. Si, sin perder nada de la riqueza de esta enseñanza, de la que Montfort y con él otros muchos, han hecho la experiencia, se puede decir con otras palabras, que se empleen. Por mi parte, debo decir que no las encuentro. Y, santuario y templo, que, ciertamente, remiten a realidades muy importantes, no bastan para evocar de igual manera la maternidad espiritual de María.

33 Encontramos en Montfort, en VD 20-21, algunos textos sobre el Espíritu Santo que pueden plantear alguna dificultad, no en cuanto a la teología trinitaria que recuerdan, sino en cuanto al lenguaje utilizado: “Dios Espíritu Santo, que es estéril en Dios... se hizo fecundo por María, su Esposa” (VD 20). Estas expresiones tomadas de manera absoluta y fuera de su contexto ciertamente serían criticables. Sin embargo, no es serio condenar a Montfort en cuanto a la doctrina que ellas tienen. No hace más que recordar una buena teología trinitaria: que es estéril en Dios significa sencillamente que no produce otra persona divina, cosa que es rigurosamente exacta. (La expresión parece ser de Bérulle; cf. Monseñor Philips, op. cit. p. 31-32). Y, cuando Montfort dice que “el Espíritu Santo se hizo fecundo por María”, se explica: “No quiero decir con esto que la Santísima Virgen dé al Espíritu Santo la fecundidad, como si Él no la tuviese, ya que, siendo Dios, posee la fecundidad o la capacidad de producir tanto como el Padre y el Hijo” (puesto que como ellos subsiste en la única naturaleza divina) “aunque no la reduce al acto al no producir otra persona divina. Quiero decir solamente que el Espíritu Santo, por intermedio de la Santísima Virgen –de quien ha tenido a bien servirse, aunque absolutamente no necesita de Ella- reduce al acto su propia fecundidad, produciendo en Ella y por Ella a Jesucristo y a sus miembros” (VD 21). Se ve enseguida la extensión hacia la maternidad espiritual. Sencillamente uno se puede extrañar de ver que Montfort utiliza, en un escrito que quiere dirigir a un público no especializado, expresiones como las que acabamos de señalar. Pero, él es de su tiempo, depende en parte de sus fuentes (en este caso, sin duda alguna de Bérulle). Además, hay que reconocer que él tenía la preocupación de fundamentar sólidamente sus conclusiones, y, en el caso, cómo María es la Esposa del Espíritu Santo, como vamos a verlo.

34 Montfort conoce la expresión Santuario y Templo. Pero aplica la palabra santuario a María cuando se trata de su relación con la “divinidad”, con la Trinidad, (así en ASE 208, en VD 5 y 262). Y María es llamada una sola vez Templo del Espíritu Santo (CT 76, c 7).